El doble frío para los venezolanos en El Alto

Giovana De la Cruz

“¿Será porque no soy de esta tierra?, ¿por mi acento? o ¿quizá por llamar las cosas de distinto modo?”. Son las preguntas sin respuesta que muchas noches roban el sueño a Sacha.

Mujer, esposa y madre de tres hijos, Sacha Raquel Capetillo Olsman tuvo miedo de perecer, junto a su familia, en manos de una turba que los acusaba del robo de un maletín de futbolista.

¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! era el grito de vecinos, quienes enardecidos golpeaban a un joven, quien había confesado ser el autor del delito y, presumiblemente para evitar lo sigan golpeando, acusó a “los venezolanos” de ser sus cómplices.

Los únicos venezolanos que vivían en el sector era Sacha (39), su esposo William (51) y sus tres hijos (13, 4 y 2). Mientras la muchedumbre se dirigía a buscar a los supuestos cómplices, la familia se encontraba dentro de la habitación alquilada en la casa donde también funcionaba, antes de la pandemia, el colegio particular San Jorge de la zona de Villa Adela en la ciudad de El Alto.

A plan de petardazos (tubo de papel o cartón, lleno de pólvora o explosivos, que se prende por la parte inferior y explota produciendo un ruido muy fuerte) convocaban a más gente, porque el presidente de la zona no estaba de acuerdo con el accionar precipitado de sus vecinos.

Ni la presencia de la policía fue suficiente para contener a la vecindad, en su mayoría mujeres, quienes de un empujón, echaron para el suelo el garaje del establecimiento y derribaron una de sus paredes.

Al ingresar a la casa, al ver el vehículo del esposo de Sacha (con el que el 4 de febrero de 2020 partieron de tierra venezolana), el gentío murmuraba precipitadamente entre sí, asegurando que ese era la herramienta de transporte para perpetrar los robos.

“Nosotros no hicimos nada, somos personas al igual que ustedes que buscan el pan de cada día honestamente. Si quieren los papeles del carro aquí están, si piensan que somos ilegales aquí están nuestros documentos con nuestra visa de turistas. ¿Por qué nos hacen esto?”, sollozaba la también licenciada en Gerencia de Recursos Humanos.

La policía ya se había retirado del lugar llevando a bordo de una patrulla, al ladrón confeso y sus acompañantes que eran menores de edad en estado de ebriedad; sin embargo, eso no era suficiente para la vecindad indignada con el hecho delictivo.

No es de extrañarse para los que viven en la ciudad más joven de Bolivia, ver a un muñeco de trapo colgado en las esquinas acompañado de un texto amenazante que generalmente dice “Ladrón pillado, será colgado”.

En los linchamientos, suele repetirse el mismo patrón: primero atrapan a alguien in fraganti cometiendo algún delito; luego, hombres y mujeres enfurecidos deciden aplicar justicia por sus propias manos sin que la policía ni siquiera pueda intervenir.

“¿Quién les robó? ¿Un venezolano? No, les robó un boliviano. Y, ¿por qué nos atacan?”, exclamaba William a las señoras, quienes le decían que simplemente no los querían por el sector.

Muchos migrantes venezolanos son víctima de las informaciones mal tituladas de algunos medios de comunicación que produce que se asocie la migración venezolana con la delincuencia, sin darse cuenta que tal desacierto trae consecuencias.

A partir de la tarde de ese 28 de agosto, comenzaron los días de miedo para la familia migrante, a tal extremo, de ni siquiera poder ir a la tienda a comprar el pan.

“Mi profesora de costura me llamó y me dijo, si quieres yo puedo venir para comprarte el pan. Yo le decía: no profe ¡esto tiene que parar!, yo no me he portado mal con ellos”, rememora entre lágrimas Sacha.

Con ganas de emprender

Actividades como vender caramelos, lavar ropa ajena, empaquetar productos, pintar habitaciones, entre otros, se vieron afectadas con la llegada del coronavirus a Bolivia. Ante ello, Sacha y sus compañeros migrantes vieron en la pandemia una oportunidad para capacitarse y emprender para cambiar el estilo de vida que llevan y dar paso firme a la búsqueda de oportunidades.

Sacha es un claro ejemplo de que los migrantes no solo buscan mejorar sus condiciones de vida, sino también buscan espacios de capacitación e integración. Ella se capacita junto a otros venezolanos en costura y confección gracias al proyecto EUROPANA, implementado por la Fundación Munasim Kullakita y Caritas Suiza en conjunto con la UE Civil Protection & Humanitarian Aid – ECHO.

Banner Fundación Munasim Kullakita

Su sueño es abrir una tienda de ropa de mascotas, confeccionadas por ella misma, porque vio en ese negocio un mercado amplio fértil para emprender.

Sacha en el taller de costura en la Casa Luz Verde de la Fundación Munasim Kullakita .

Salir de mi país a lo venga

Sacha y su esposo aseguran que al salir de Venezuela se dijeron el uno al otro, que debían aprender a adaptarse a  cualquier cosa o situación que se les ponga en el camino. Por esa razón, no juzgan a sus vecinos por su accionar sino por el contrario tratan de entender su posición. Sin embargo confiesa, que no puede exigir la misma actitud a sus niños.

Extraño mi tranquilidad pero decidí salir de mi país a lo que venga”

Sacha Capetillo, migrante venezolana.

Uno de sus hijos, el de cuatro años, en una ocasión preguntó a sus padres si ya tenían el dinero suficiente para regresar a casa. Entre berrinches y pataleos aseguraba que extraña tomar jugo de coco, que fácilmente lo obtenía de los árboles de su vivienda en El Tigre, ciudad de Venezuela ubicada en el estado Anzoátegui. Y que a la fecha nunca más tomó.

Los niños quieren volver a su país sin darse cuenta que su travesía aún no terminó. El destino final de la familia migrante es Chile, país donde vive la madre de Sacha y que por el cierre de fronteras producto de la pandemia del COVID-19, no pudieron llegar.

Según un informe de la Organización de Estados Americanos (OEA) difundido en mayo pasado, unos 10.000 venezolanos, entre refugiados y migrantes, residen en Bolivia, que se ha convertido en un nuevo destino para quienes escapan de la crisis en Venezuela y han abandonado además otras naciones como Colombia, Ecuador y Perú.

«Los mayores riesgos para migrantes y refugiados de Venezuela se asociaban con los largos periodos de tránsitos y los graves peligros son explotación y abuso,  exposición a temperaturas extrema, jornadas largas en terrenos inhóspitos, discriminación, rechazo e incluso persecución», dijo el representante Conjunto de ACNUR-OIM para Refugiados y Migrantes Venezolanos, Eduardo Stein.

La mayoría de los migrantes forzosos venezolanos han ingresado a territorio boliviano por vía terrestre a través de Desaguadero, en la frontera con Perú, y de Guayamerín, en el límite con Brasil.

La Paz, Cochabamba y Santa Cruz se han convertido en las ciudades con mayor número de venezolanos, puntualiza un estudio  elaborado por la Oficina de la Secretaría General de la OEA para la Crisis de Migrantes y Refugiados Venezolanos, donde indica que solo en el año 2019, 11.261 personas entraron a Bolivia con pasaporte de Venezuela y 5.982 lo hicieron con cédula de identidad.

La familia de Sacha no solo enfrenta la altura y el frío de la ciudad de El Alto, con el cuál aprendió a vivir. Con lo que más le cuesta convivir, es con la frialdad del trato de algunos de los alteños.

Después de la mala experiencia de la familia migrante, Sacha asegura que el trato no siempre es malo, que existe gente que le brinda mucho apoyo tanto a ella como a su familia. Califica el trato bueno y malo como una división de 50 y 50.

Y tú, ¿de qué lado estás?

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